Son hijos de …

Los hijos de Michael Jackson son fruto de una generación de hombres y mujeres que creyeron en el amor, pero que no lo encontraron.

Generación que fue educada para hacer las cosas siempre con estándares más altos que la última vez que las hicieron. Para luchar, para no dejarse vencer, para labrarse un lugar en la sociedad aún a costa de su propia niñez, de su juventud sacrificada. Seres humanos cuyos padres nunca estuvieron satisfechos, que siempre exigían un poco más, un poco más lejos, un poco mejor.

Hombres y mujeres que soñaron con encontrar en el otro una relación maravillosa; la correspondencia de dos seres entregados de por vida en cuerpo y alma, con la complicidad suficiente para luchar juntos por el ideal de un mundo mejor, en la comunicación silente que les ofreciera esa sensación de estar en el lugar y con la persona correcta, compartiendo el mundo, sin más débito que ser simplemente compañeros de vida, y que, sin embargo, y a pesar de sus éxitos y de su fama, nunca encontraron.

Los hijos de Michael Jackson, como los de Ricky Martin, los de Jodie Foster o los que busca ahora Jennifer Aniston, entre tantos otros, son descendientes de la generación de quienes no han estado dispuestos a claudicar en su derecho a la plenitud y a trascender siendo dadores de vida, tan solo por no encontrar personificado el imaginario de quién podría ser su pareja.

Así, de manera independiente al método de concepción con el que fueron procreados, son hijos amados intensa y profundamente aún antes de su nacimiento. Hijos que, como dice la psicóloga Josefina Leroux, se convierten en un ideal del Yo encarnado, no para someterles un destino, sino para ofrecerles un futuro que no se tuvo en primera persona.

Hijos e hijas que les devuelven el rostro perdido a sus padres y a sus madres y que están siendo educados en el amor y para ser felices. Algo que sería más fácil de lograr si la sociedad respetara sus derechos y las decisiones que sus progenitores, cuidadosamente tomaron.

graciela.rios@publimetro.com