CAMINOS DEL DESEMPLEO
Una de las "máximas" que nos inculcaron en la clase de "civismo" durante la primaria, hacía referencia a que los niños y las niñas, debíamos convertirnos en seres útiles y productivos para la sociedad.
Esto era reforzado por nuestros padres, los que además, nos endosaban la responsabilidad de que a través nuestro, ellos pudieran cumplir con su misión en la vida. Por eso recalcaban que sólo verían coronado sus sacrificios, si nos alcanzaban a ver transformados en personas autónomas y de "bien".
Para conseguir las dos metas anteriores, es decir, ser útil e independiente, el método planteado era a través de la obtención del certificado de algún grado escolar y, por supuesto, de la conquista de un trabajo preferentemente pomposo y bien remunerado.
Además, la relación entre ambas variables era directamente proporcional, de tal forma que, entre más alto fuera el nivel académico que se obtuviera y con mayor grado de dificultad, mejor sería el nivel de puesto al que se podía aspirar. Así, no representaba lo mismo ser contador privado que público, o ser esto, que ingeniero.
El tener un empleo es de alguna forma, aún todavía, la meta superior a la que cualquier persona debe aspirar.
"Trabajar es transformar algo haciéndome alguien, es empujar el carro de la historia", dice Federico Ma. Sanfelíu, sacerdote jesuita. "El trabajo nos da la conciencia de pertenencia a un mundo que hay que transformar. Trabajar es crear, producir, pero también convivir responsablemente con otras personas en la transformación del mundo y en la tarea de sustentar vida.
Trabajo es la respuesta adulta ante el reto de la existencia. Es tarea y posibilidad de ser personas dignas de tal nombre."
Esta tesis sustenta que, sin trabajo, no somos dignos de ser llamados: "persona".
Es así como se le ha otorgado al trabajo un valor importantísimo en las sociedades, de tal manera que se aspire a su alcance más allá que cualquier otra cosa.
Incluso se considera que trabajo es una palabra clave en la madurez de una persona.
Sigmund Freud señalaba que una de las características que podían distinguir a una persona para saber si contaba con salud mental y madurez psíquica, residía en su capacidad de trabajar y amar.
Si lo que se busca es convertirse en persona y en una persona madura, entre otras cosas, se debe conseguir un empleo. Pero resulta que ahora no es tan fácil ser "útil" para la sociedad, porque ésta no ha creado los suficientes espacios para que podamos ser "utilizados".
Las estadísticas son claras, por cada 4 egresados de universidades hay solamente una oportunidad laboral.
Incluso ahora se está introduciendo el término del "no empleo", para casos como el de un recién egresado que puede tardar años antes de obtener una posición dentro de una organización, de tal forma que no puede considerársele "desempleado".
Paradójicamente, y en contradicción con el valor de altos estándares escolares inculcados por décadas, quienes están mejor preparados tienen el doble de dificultad para encontrar trabajo, en comparación con los que cursaron estudios básicos.
Los números nos muestran que el índice de desempleo entre personas con instrucción universitaria es del 3.5 por ciento, mientras que el de personas con instrucción primaria es del 1.8 por ciento.
Como si esto fuera poco, tener un trabajo es la única manera "legal" para obtener dinero, y el dinero, es la única forma de alcanzar algunas cosas, que nos han dicho, pueden procurarnos la felicidad.
Me refiero a una serie de necesidades individuales aprendidas culturalmente que se consideran indispensables para vivir lejos de la pobreza. Nos han vendido la idea de que al satisfacerlas nos proveerán de bienestar, de dicha, y que sólo podremos adueñarnos de ellas si contamos con poder adquisitivo.
Es así como la palabra trabajo se convierte en una palabra codiciada y por lo mismo, para quien lo tiene, perder éste, resulta una de las experiencias de vida más críticas en su historia personal.
No obtener un empleo puede tener consecuencias fisiológicas, psicológicas y psicosociales en la conducta de una persona, pero, convertirse en un desempleado, además de lo anterior, trae consigo otros factores que inciden de manera negativa en su salud física y mental.
Entre otras cosas, es difícil manejar el sentimiento de pérdida que se engendra. No es solamente la ausencia de los ingresos que se devengaban, sino además, de los objetivos comunitarios por los que luchaba y se había comprometido. También es la pérdida del ambiente laboral en el que se estaba inmerso, de las relaciones y afectos desarrollados, de la rutina de actividades y del rol desempeñado.
Todo esto puede llevar a que se presenten durante el período de desempleo, algunas consecuencias tales como incremento de la presión sanguínea, pérdida o incremento del apetito, peso o sueño, úlcera, baja autoestima, incluso puede alterar el funcionamiento familiar o repercutir en las amistades y otras relaciones sociales.
Lamentablemente, entre más tiempo pase sin conseguir un nuevo trabajo, más podrán agudizarse estos síntomas y caer en una depresión, apatía o resignación, que hagan que la persona se dé por vencida y se aleje aún más, de la posibilidad de reintegrarse en el ámbito productivo laboral.
De esta forma se instala un círculo vicioso del que difícilmente se podrá salir.
Los sentimientos de incapacidad, rabia, autodesprecio y culpa, pueden llevar a que la persona opte por diferentes caminos, y su elección, estará determinada por la madurez y la inteligencia emocional que posea.
Así, minimizar el problema, resignarse o mostrar optimismo y esperanza infundada pensando que algo bueno "aparecerá" tarde o temprano, puede ser el sendero que podría llevar a convertirse en impotente psicológico, a permanecer como desempleado perpetuo y quedarse instalado en esa posición para siempre.
De otra forma, hacer una toma de consciencia sobre la seriedad del asunto y las repercusiones familiares y personales de esta situación; contemplar la necesidad de reestructurar aspiraciones, lugares de búsqueda, referencias y, mantenerse cerca de personas y sitios en donde la actividad productiva sigue teniendo efecto, puede contribuir a reintegrase con mayor facilidad al mercado laboral.
No se trata de provocar una angustia que paralice, ni de entrar en un proceso culpígeno, sino de ver objetivamente la pérdida del trabajo y convertir la experiencia en una etapa circunstancial y superable en la vida adulta de todo ser humano.
Si la persona atribuye el fracaso a causas externas –la crisis del país, el sobrepasar la edad deseada por la mayoría de las empresas, etcétera– percibirá la situación como irreversible y su sentimiento de impotencia será mayor; sin embargo, si lo atribuye a causas internas, se pondrá a hacer algo para remediar la condición y por lo mismo, alcanzará la obtención de un empleo.
Claro, si lo que en verdad desea, es trabajar.
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