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FUGA DE ESPÍRITUS PATRIOS


Los pobres emigran a Estados Unidos buscando oportunidades para subsistir.


Muchos intelectuales lo hacen hacia cualquier país desarrollado, para encontrar un lugar en dónde puedan acrecentar sus dones, donde sus ideas encuentren ocasiones para ser escuchadas, apoyadas y transformadas, en hechos que impacten favorablemente al mundo.


Los clasemedieros tendríamos que irnos también, si quisiéramos quedarnos con el fruto de nuestro esfuerzo y nuestro trabajo, si quisiéramos disfrutarlo para nosotros mismos.


No sé ustedes, pero yo, ya me cansé.


Escucho con atención la propuesta de Reforma Fiscal de Vicente Fox y nace por primera vez en mí, la inquietud de buscar un lugar para irme a vivir a otro país, con mi familia.


Siempre he amado a México, pero ahora me pregunto ¿por qué lo hago?, ¿qué motivos hay para seguir haciéndolo?.


Después de oír la propuesta de quienes se supone traerían al país un cambio, me cuestiono si sigue valiendo la pena permanecer aquí.


Jamás pensé ni siquiera en la posibilidad de cambiar de ciudad. Sin embargo, siento que nunca podré alcanzar mis objetivos, si cada vez que el gobierno lo decide, tengo que bajar los escalones que con tanto esfuerzo escalé, uno a uno, desde la última vez que nos hicieron retroceder nuestros gobernantes a través de una devaluación, una galopante inflación, un zapasusto como el de 1994 o cualquier otra triquiñuela imposible de seguir creyendo.


Desde hace 20 años entramos permanentemente en un estado de crisis. Hemos pasado de una a otra, con escarpados obstáculos para ascender y con grandes y súbitos bajones que nos regresan casi tan hondo, como el punto de partida en el que habíamos iniciado.


Hace 20 años justamente empecé mi trayectoria profesional. Los que pertenecemos al sector

empresarial, sabemos lo que implica acreditar un negocio, el capital económico y humano que se requiere invertir para hacerlo crecer, el riesgo que se corre de perderlo todo en un mercado cambiante como el nuestro, lo que cuesta mantener las fuentes de trabajo y los gastos, que se incrementan sin ton ni son, desestabilizando las operaciones del negocio y reduciendo o eliminando muchas veces, las ganancias a obtener.


Pero además de tener que concentrar la máxima atención en seguir hacia delante, en no desfallecer en la lucha por subsistir, también hemos tenido que estar sujetos a una zozobra constante, vigilando los movimientos del dólar y la debilidad o fortaleza del peso, el precio internacional del petróleo, los movimientos de la banca y de los mercados de valores, forzados siempre a ajustarnos a los procesos inflacionarios y ahora, estudiando la forma de enfrentar los impuestos que, bien lo dice su nombre, nos quieren imponer.


Es como si además del esfuerzo que el trabajo implica por sí mismo, se tuviera una enorme piedra amarrada con una soga al cuello, de la que no sabemos cuándo se nos podrá soltar de las manos.


Ya nos han prometido muchas cosas todos y cada uno de los gobernantes anteriores, y nuestros impuestos no se han visto reflejados hasta hoy, en más o mejores centros de salud, en escuelas, en carreteras y calles pavimentadas, en seguridad pública, en soluciones a los problemas de transporte, de vivienda, de asistencia social, ni en tantas otras cosas que nos hacen falta con extrema urgencia.


Le han sobrado a los gobernantes estrategias para despojarnos de lo nuestro, de lo ganado a pulso, de lo que se adquiere con el trabajo arduo, honesto, responsable, comprometido. ¿Por qué tendríamos que creerle al nuevo Gobierno ahora?


Lo peor de todo, es que tenemos unas ansias enormes de confiar, de ver a México en mejores condiciones, de saborear lo que significa la palabra prosperidad.


Pero qué difícil resulta confiar en alguien cuya característica principal ha sido la vulnerabilidad, cómo hacerlo si más tardamos en asimilar una propuesta, cuando ya está desdiciendo lo que apenas acaba de decir.


La confianza se gesta en un entretejido del día con día y se pierde a la primera o a más tardar en la segunda contradicción e incongruencia entre el decir y el actuar.


¿Oportunidades? Hemos dado muchas a lo largo de la historia, incluso demasiadas.


El ser humano tiene una tendencia innata hacia la superación, pero en este país en lugar de estimular esta propensión, se castiga.


Aquellos que hemos intentado convertirnos en parte del grupo de esos malvados que “tienen más”, vivimos en una utopía por la que tenemos que pagar un alto precio durante toda la vida. Si se tuvo, por ejemplo, la ocurrencia de comprar una casa en algún sector “privilegiado” o menos amolado, se tendrá que trabajar el doble de por vida, para pagar más por el servicio de agua, más en la cuota de luz, de gas, de impuesto predial, etcétera, etcétera.


La excusa parece tener un fondo noble, es que “hay que quitarle a los que tienen, para darle a los más necesitados”, lo malo es que hasta ahora, se le ha estado quitando una y otra vez a los que tienen poco, para que tengan más, los funcionarios de gobierno, los políticos, sus familiares.


¿Cuándo así se logrará el propósito de convertirse, ya no digo en uno de esos que lo tienen todo, sino en uno de los pocos a los que no les falta nada?

¡Nunca!


Es una contradicción estar alentando a los pobres para que se esfuercen en ser menos pobres, porque cuando lo logren, si es que alguna vez lo hacen, les quitarán vía impuestos, devaluación o cualquier otro argumento, gran parte del producto de su esfuerzo.


El nivel de vida de millones de mexicanos sería mucho mejor, de mucho más alta calidad, si los gobernantes no nos hubieran estado despojando sexenalmente, con una excusa distinta cada vez, de lo que con trabajo y esfuerzo nos hemos proveído.


El amor a la patria no surge por el accidente de haber nacido en esta tierra. Se gesta de afectos que crecen y se fortifican porque se hace algo para que sucedan, porque se alimentan de satisfacciones y gratificaciones que nutren el alma, el espíritu.


El amor a la patria se entrama por la identificación con la cultura y las raíces de un pueblo, por el orgullo y la admiración que se tenga por su historia, sus antepasados y por la gente con la que se comparte la misma raza y las mismas costumbres.


Poco queda ya de qué vanagloriarnos, vivimos en un país con cuarenta millones de pobres que literalmente mueren de hambre. Un país en donde el robo, la corrupción, la inseguridad, la contaminación, la burocracia, la mentira, es parte de la vida cotidiana.


Con el nuevo gobierno se creó una esperanza de cambio, pero el único visible hasta ahora, ha sido que el despojo masivo está planteándose tres meses más tarde de la fecha habitual en un inicio de sexenio.


Si las promesas de bienestar de Fox que tantos creyeron no logran cumplirse, pronto se iniciará un éxodo, una fuga masiva, por lo menos, de nuestros espíritus patrios.

grios@assesor.com.mx


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