¿CUÁNTO ME TOCA?
Las empresas no son cajas de ahorro ni cuentas de banco personales para empleados ni trabajadores. Deberían saberlo. Pero si en épocas normales éstos buscan que los patrones paguen por sus servicios y hasta por sus ineficiencias, en crisis, al patrón quieren sacarle hasta el último centavo.
Seguramente esto luce siempre más fácil que ponerse a trabajar.
Desde el inicio de la amenazante época que vivimos, recibo en mi pagina Web docenas de preguntas como: ¿cuánto me toca?, ¿cuánto tienen que darme?, ¿cuánto me corresponde?” si me liquidan, si la empresa cierra, si me cambian de patrón en el seguro, si no tengo contrato, si estoy por honorarios, si me reducen mis horas, si renuncio, ¿cuánto?, ¿cuánto?...
Durante siglos las empresas han sido consideradas explotadoras de personas. Unidades de empleo que se aprovechan de los trabajadores ofreciéndoles jornadas infrahumanas por salarios míseros y sin el menor cuidado de sus derechos individuales. Cero seguridad social, pésimas condiciones de higiene, no prestaciones, no descansos, no nada.
Desde la era de la esclavitud, pasando por el feudalismo y ahora el capitalismo, esto es una verdad contundente y vergonzosa en muchos casos. Ha habido escándalos mundiales denunciando empresas modernas que ejercen antiguas formas de explotación hacia los más pobres, adultos y niños. Ejemplos como Wall- Mart, Gap, El Corte Inglés, Inditex (Zara, Pull and Bear, Berska, Oysho), Mango, Benetton y otros. (Centre de Ressources sur les Entreprises et les Droits de l'Homme)
Pero éstas no son todas las empresas del mundo y ya no estamos en el momento histórico que permita generalizar.
Miles de empresas fueron creadas arriesgando todo el capital que una o varias personas poseían, bajo el riesgo de dejar a los suyos desprotegidos. Se esfuerzan todos los días por mejorar sus procesos, ofrecer productos de calidad, conquistar un mercado competitivo y desigual, obtener una posición estable en los consumidores, controlar las variables externas que perjudican sus costos, sus márgenes de operación, su trabajo.
Día con día, se levantan con la zozobra de si completarán con los gastos, si el mercado no ha sufrido otro colapso, si el peso está firme, si su personal se presentará a trabajar, si cumplirá con las encomiendas, si están las mismas condiciones de la noche anterior.
Hay empresas que han creído verdaderamente que su mayor capital es el humano y en éste han depositado su confianza, sus planes, productos y recursos para que en conjunto se intenten las metas.
Pero el valor al trabajo no es el mismo de antes. Para muchos empleados ya no significa un orgullo pertenecer a un empresa ni tener una fuente de ingresos estable. La volatilidad del mercado se ha traspaso a la mente de aquellos que van de aventura en aventura, buscando al mejor postor.
Se renuncia para experimentar algo nuevo con una facilidad que asusta aún cuando no se tiene una mejor oferta. Algunos sin tener nada seguro deciden arriesgarlo todo confiados en sus “inigualables” capacidades.
No piensan en consecuencias, en su familia, ni en la forma que lucirán sus decisiones en los juicios que sobre su personalidad hagan otros cuando lean su trayectoria profesional.
Otros más, cuando tienen un problema en su empresa, aún antes de conversar con su jefe para mejorar éstos ya están pensando en demandar a la empresa y por supuesto, en cuánto dinero podrían obtener con ello.
Esto es una nueva manera de corrupción que ahoga a las fuentes de trabajo honestas y enrarece el clima laboral en donde patrones y empleados ya no van de la mano, confiando uno en el otro para salir adelante y crecer juntos profesionalmente.
¿Cuánto me toca?, me preguntan. Les toca, si la empresa ha cumplido su parte, hacer una renuncia por escrito agradeciendo la oportunidad que se les ofreció. Entregar su puesto con responsabilidad, dando tiempo suficiente para dejar sus pendientes resueltos o por buen camino y para entrenar a quién los sustituirá.
Les toca hacer orden en los archivos y respaldarlos con la información relevante de sus puestos. Un inventario de los activos bajo su resguardo y despedirse de sus jefes con la frente en alto, dejando la puerta abierta para una siguiente ocasión, que, créalo, muchas veces se da.
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