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LAS CHAQUIRAS


En las primeras fotografías que vi de Estela ella se cubría la cara o se colocaba de espaldas a la cámara. Su rostro se veía sonrojado.


Estela pertenece a la etnia nahua. Es una más de los 30,000 mil indígenas que se calcula viven en Nuevo León. Cuando llegó a la ciudad no sabía leer, escribir, ni pronunciar una sola palabra en español. Se vino aquí porque alguien le dijo que en esta ciudad nadie moría de hambre.


Los bordados que ella y las señoras de su comunidad hacían para mantenerse me parecieron hermosos. Sin embargo, los colores, los diseños y las telas baratas que utilizaban en su hechura no se acostumbran en esta ciudad. Sus ventas eran bajas y así de bajos sus ingresos y el nivel de vida que podían ofrecerle a sus familias.


Estela llegó a mi oficina un día en el que se encontraba conmigo un diseñador. Hicimos una lluvia de ideas, cada uno nos comprometimos a una tarea y como producto final obtuvimos el diseño de una serie mantelitos individuales para mesa, bordados en chaquira, con su posavasos y su servilleta haciendo juego. Este resultado es una mezcla de sus tradiciones indígenas y de las costumbres de nuestra ciudad. Una fusión que habla de interculturalidad y respeto mutuo.


El producto ha sido un éxito y cada día se reciben más pedidos. En el catálogo de sus clientes ya pude incluir a Alfa, Quinta Real y Tikal entre otros que intentan cumplir con su responsabilidad social.


Su proyecto de negocio fue llamado “Las Chaquiras”. Éste está formado por mujeres indígenas y no indígenas que se reúnen para posicionarse activamente en la vida y hacerse dueñas de su propio destino.


Estela ahora da clases de este oficio en centros comunitarios de desarrollo social a docenas de señoras que quieren aprender y algunas, hasta pertenecer a su grupo.

Ella ha dejado de ser “la indígena” para convertirse en “la maestra”. Se ha integrado con nuestra gente y entre unas y otras hay más similitudes que diferencias. A todas las une el deseo de prosperar.


Las últimas fotografías que vi de Estela estaba parada en un podium y con micrófono en mano ofrecía en español y en náhuatl un discurso ante el Gobernador del Estado y frente a un numeroso público. Mientras, un grupo de periodistas tomaban video y fotografías para cubrir el evento. Al final de éste, fue entrevistada por reporteros a quienes le contestaba sonriente con soltura y aplomo.


Esta transformación se logró en menos de un año. No podría ser de otra forma ya que es una mujer inteligente a la que sólo le hacía falta que alguien creyera en ella y le pusiera las herramientas de crecimiento a su alcance.


“Los padres se gradúan cuando los hijos se independizan”, dice una amiga. Justamente eso sentí al escuchar a Estela: la emoción de la graduación.


Estela está lista para caminar sola, ya cree en ella, se tiene confianza y comparte su experiencia para impulsar a otras mujeres que también han vivido penurias y miserias. Ahora tiene ilusión y esperanza por conquistar una mejor forma de vida. Ingredientes necesarios para gestar la posibilidad de triunfar.


Transformar nuestra realidad no es cuestión de críticas, demagogia, discursos ni presencias masivas que abarroten espacios, sino de una labor íntima y personal, comprometida cara a cara con los más necesitados, en rumbo hacia un buen producto final: combatir la miseria.


Por eso agradezco a los lectores que se registraron como voluntarios en el programa de cuenta cuentos que les compartí hace unas semanas.

Juntos podremos mejorar nuestras vidas y nuestro Estado. Asunto que no sólo es cuestión de Gobierno, sino de responsabilidad social.

grios@assesor.com.mx

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