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ESTRÉS LABORAL Y CIUDADANO


Y de pronto alguien dijo que los empleados, todos, debían tener un alto empuje. Se importó de otros países la palabra “drive”. Se puso de moda andar a la caza de aquellos que mostraran iniciativa, entusiasmo, pro-actividad. No se aceptaba a nadie que no cumpliera con estándares de frenesí, de vigor, de energía. ¿Los otros? Los otros fueron catalogados como los pasivos, los perdedores, los buenos para nada.

Para contratar a un candidato tenía que vérsele sonriente, de ágil andar, con actitud de triunfador, de todo lo puedo, de héroe anónimo dispuesto a resolver los problemas y los obstáculos con tal habilidad y rapidez, como quién come helado con una mano, mientras con la otra le pone un disfraz a su mascota.

Queremos a alguien con “garra”, decía un cliente. Nos gusta que los concursantes a puestos de ventas den dos machincuepas en el aire, antes de caer sentados en la silla en donde se les va a entrevistar, dijo otro. Necesitamos al motor de este proyecto, que traiga 20 caballos de fuerza, que se coma el mundo, que logre, que alcance, que no se detenga, que haga la diferencia en la empresa, que nos lleve a ser el número uno en lo que hacemos.

Superhéroes, superhombres, semidioses, vencedores. Paladines combatientes de batallas que ni siquiera fueron propias. Luchadores invencibles para generar poder y riqueza que irían a parar en las arcas de alguien más.

Y para demostrar que se tenía “lo necesario” para pertenecer a ese mundo de campeones, las empresas diseñaron proezas a la altura de las habilidades requeridas.

Como anillo al dedo llegó la moda de los afanosos incansables cuando en los inicios de los años 80´s se gestaba una de las crisis económicas más importantes en México. Qué mejor que tener a bordo docenas y docenas de empleados y ejecutivos dispuestos a hacer cada uno, el trabajo diseñado para dos o tres personas; o a realizar viajes con vuelos de salida a las cinco o seis de la mañana y regresos a las 11 de la noche varias veces por semana, o bien, de 4 o 5 meses fuera de los hogares y sin derecho a visitar a la familia de cuando en cuando.

Qué maravilla para un empleador contar con personas dispuestas a estar de 12 a 14 horas en la empresa; a trabajar de lunes a domingo; a tomar las llamadas del jefe o de la oficina a cualquier hora del día o de la noche.

Los 7 por 24 se volvieron indispensables y habiendo quién “se ocupe”, lo cotidiano se transformó en emergencia.

No por nada México se ha convertido en el país con mayor estrés laboral en el mundo (GNP), siendo el 75% de los empleados quienes lo padecen, por encima de China en dónde el porcentaje es del 73% y de Estados Unidos que es del 59%.

Hasta 75 mil personas sufren de infarto cada año y ésta es sólo una de las muchas enfermedades que el estrés provoca.

Ahora tenemos que sumar el estrés que implica vivir en un país en el que la clase media está deslizándose con rapidez para ocupar los casilleros de la clase baja, en donde salir a la calle es un riesgo de muerte cada día, en el que no se consigue empleo y si se consigue no es estable o no ofrece ni seguridad social, en el que hay desabasto de médicos calificados, de medicinas, de gasolina.

La única forma de solucionar este grave problema de salud pública, es logrando que las empresas tomen conciencia y comiencen a procurar una vida de equilibrio y salud para sus empleados y trabajadores y en dónde los gobernantes comprendan la importancia de poner un alto a la impunidad, la corrupción, la inequidad, la injusticia, sin afectar de manera negativa la vida diaria de los ciudadanos y sin pedirles más sacrificios todavía.

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